LA EDAD DIFÍCIL
Dice mi primo Teodoro en tono jocoso: “Primo, primo, qué mala es la vejez o senec ![]() Cuando aún no hemos llegado a ese estadío de la vida y nos encontramos en la etapa previa, a la que damos en llamar madurez, es cuando empezamos a darnos cuenta de lo fea o mala que puede que sea la vejez o senectud, ya que éste en el que nos encontramos tampoco es muy halagüeño, que digamos. Llega un momento en el que comenzamos a experimentar una serie de cambios físicos y anímicos que indudablemente nos anuncian que estamos en una edad cuyo siguiente paso es la tercera –otra forma eufemística de llamar a la vejez–. Un día te das cuenta de que el peluquero, descuidadamente, te repasa los pabellones y lóbulos auditivos una vez que ha concluido con el pelado; tú, en tu casa, sin darle mucha importancia al principio, comienzas a quitarte los pelos que en las cejas comienzan a tener una longitud excesiva, los pelillos protectores de los orificios nasales también reclaman tu atención para que no los dejes unirse a los del bigote. Te empeñas en comer menos y andar más, pero cada vez te cuesta más trabajo bajar de peso y cada día tienes que ir aumentando el perímetro del cinturón. ![]() Casi todos los días recuerdas a los familiares que ya nunca más van a estar contigo. Aun más, recuerdas a compañeros y amigos de tu misma edad o incluso menores, con los que tampoco te vas a volver a reunir en esta vida. La pérdida de los primeros lo aceptas como una realidad vital, porque es normal que aquellos que te faltan sean los que te pasaban de largo en la edad, pero los amigos y compañeros…, tú estás a su nivel en casi todo, hasta en la posibilidad de reunirte con ellos para siempre. Las visitas al médico y la farmacia se prodigan más de lo que tú quisieras. Las analíticas te hacen ver que tus niveles de azúcar, colesterol, triglicéridos, ácido úrico, etc, no son lo que eran y que por ello debes andar con cuidado con determinados usos y costumbres. En un principio es el médico el que te advierte, después tu pareja la que te da la monserga todos los días, al final eres tú mismo el que aceptas la realidad y, por voluntad propia o imperativo de los números, tienes que ir dejando los cuatro vicios de los que siempre hiciste gala, el tabaco, la cervecilla, la comida, y aquello que tanto nos gusta, aunque esto último quizás no sea por los números sino por otros motivos. Por último, no es raro que se haya pasado por el quirófano por tema más o menos grave y que nos marca de un modo implacable. A ca ![]() Y nos adentramos en lo anímico. No visitamos al psiquiatra o no nos dejamos psicoanalizar, porque aquí aún no es costumbre, pero no porque no lo precisemos. Los temas de conversación comienzan a convertirse en recurrentes, cuando nos encontramos con antiguos compañeros hablamos de nuestros tiempos con un tipo de nostalgia que puede parecer patológico, inmediatamente colamos en la conversación a los jóvenes actuales y comenzamos a hacer comparaciones imposibles pero que nos empeñamos en que sean equiparables, y de estas comparaciones resulta, está claro, que nuestra época, nuestras experiencias y vivencias, tenían y tienen un mérito distinto a las de los jóvenes actuales. Contamos nuestras batallitas y nos creemos auténticos héroes, mientras que a los que aún les falta luengo tiempo para alcanzar nuestros años los criticamos por sus actitudes ante, para, por.., es pura inercia, hablamos por hablar, no porque tengamos nada en contra de ellos. Vemos en nuestros próximos de pocos años, aquello que más nos molestaba de nosotros mismos, en lo que no nos gustábamos, y cuando los criticamos nos hacemos una autocrítica con efecto retroactivo pero que incide sobre los jóvenes que nos rodean. “Con esa edad yo ya había hecho esto, aquello y lo de más allá” (menos lobos, compadre). Y seguimos comentando que si nos superan es por las facilidades con las que ahora cuentan, entre otros motivos, gracias a nuestros esfuerzos. En muchas ocasiones sentimos sana envidia por las posibilidades que tienen de hacer todo aquello que a nosotros, por unos u otros motivos, nos estaba vedado, y por eso, a veces, pretendemos ser sus colegas y tratamos de recuperar nuestra juventud asemejándonos a ellos en sus usos y costumbres (no nos vamos de botellón de puro milagro) y, ya sabemos, “tanto peca lo mucho como lo poco”. ![]() Por ello, aunque pensemos que la vejez no es la panacea, en contra de los versos de Manrique esperemos que “cualquier tiempo venidero sea mejor” y, por ello, la senectud será un estadío más agradable que el actual pues, lo que en realidad nos parece difícil es esta edad de la madurez que nos está gritando a voces, que estamos desfasados, fuera de contexto y próximos a la edad en la que, si no dejamos estas actitudes, sí que entraremos en una época mala y fea como dicen mi primo y la madre de mi amigo. Confiemos en que el siguiente paso que nos toca dar consista en olvidar lo que fuimos y no pensar en lo que seremos, y nos dejemos llevar de forma tranquila y placentera hasta que llegue la hora definitiva, sin dar mucha guerra y sin que nos la den. El tiempo presenten afrontémoslo sin rebelarnos ni resignarnos, bastará con aceptarlo. Aceptación de la realidad, de la física y de la anímica, tratando de superar con la experiencia acumulada y con la ayuda de los que nos rodean los bajones de uno u otro tipo que siempre nos estarán acechando para hacer que caigamos en lo no deseado. No nos queda más remedio que romper con este modo de ver nuestro momento, debemos pensar en positivo; que a pesar de los achaques y las pequeñas o medianas goteras ![]() Teodoro R. Martín de Molina. Marzo, 2005. |