BATIBURRILLO
Son muchos y variados los temas sobre los que merecería la pena
reflexionar, pararse un minuto y comenzar a hilvanar los párrafos
de distintos artículos sobre la base de las notas que va uno almacenando
en su interior (digo interior porque muchos de ellos se almacenan en un lugar
más profundo que la mente), pero cuando bulle en la cabeza tanta
cosa, terminamos por no hacer ninguna de ellas o dedicarnos a lo que ultimadamente
ocupa casi toda nuestra energía, que tampoco es mucha.
Como digo, me gustaría escribir sobre la matanza de la escuela
de esa ciudad y de ese estado de la madre Rusia que nunca antes habíamos
oído -que si no llega a ser por ello seguiríamos sin conocer,
en realidad ya no sé cómo se llama-, en la que en ese momento
prendió la mecha el terrorismo (o independentismo, que cada uno le
pone el adjetivo que quiere) chechenio y que culminaron al unísono
ellos y los soldados de
Putin (el zar que surgió de la KGB). Un Putin al que poco importa
que los rehenes sean hombres, mujeres o niños, que la actuación
deba ser llevada a cabo en el parlamento, un teatro o un colegio, que el
número de víctimas sean diez, cien o mil. Él actúa
de igual modo que lo hiciera en su época al mando de las tropas rusas
en Chechenia, es decir, arrasando todo aquello que se opone a sus planteamientos.
Ese Putin que abraza la doctrina de Bush emanada del terrible atentado del
11 de septiembre y según la cual todo es válido en la lucha
contra el terrorismo (y para ellos todo lo que no les cae en gracia lo es),
y que es capaz de ir más allá que su mentor, entre otras cosas
porque carece del más mínimo control dentro y fuera de su país.
Y la culpa seguirá siendo siempre de los terroristas, porque
nunca , no nos interesa, se indaga lo suficiente para ver donde está
el origen de tan maldito fenómeno; y al que lo hace lo tildamos con
el peor de los adjetivos que se nos venga a la cabeza.
Decimos, y con razón, que nada justifica el
coste de una vida humana; claro que eso lo solemos aplicar en una dirección,
en la dirección contraria somos más laxos en nuestros planteamientos
y siempre buscamos una justificación por peregrina que sea. No es
raro que se magnifiquen los dos, doce o doscientos que mueren en un atentado
terrorista sea del signo que sea. Durante un buen tiempo los medios se encargan
d
e recordarnos una vez y otra el luctuoso suceso que
a todos nos pone la piel de gallina. Pero ¿tienen el mismo tratamiento
informativo el chorreo diario de decenas y decenas de inocentes que mueren
en Irak por culpa de una guerra que nunca tuvo que ser? ¿Y el goteo
de Palestina desde que se iniciara la operación “Días de Penitencia”?(bíblico
nombre, por cierto; aunque más que de penitencia lo son de pasión
para los de siempre); no hablemos desde que comenzó la Intifada.
Se convierte en rutina el parte diario de bajas, de uno y otro bando, claro
está que siempre son muchos más los cartagineses que los romanos
muertos en combate, y aquellos, como es natural en nuestra civilización,
disponen de menos decibelios de propaganda que estos.
Fijaos, hace unos días oí en la radio, Onda Cero, Carlos
Herrera, el dolor por la muerte de tres soldados israelíes por el
ataque de un comando palestino, que, evidentemente resultó aniquilado
a continuación y poco después le ocurriría lo mismo
a sus allegados y a todo el que pasaba por el lado cuando los tanques israelíes
atacaran las viviendas de los activistas, terroristas, o como se les quiera
llamar, palestinos. El dolor por estos últimos no se manifestaba
de igual modo, incluso creo que no se llegó a decir nada sobre ellos.
Y es que cuando alguien está estigmatizado más le valdría
que no hiciese uso de la alcachofa para que su forma inevitablemente tendenciosa
de apreciar la realidad relativa al hecho que lo estigmatizó, no
llegue a través de las ondas, en este caso Onda Cero, al resto de
los mortales.
Es comprensible que Carlos Herrera, por otra parte el reportero más
dicharachero, el más ingenioso, el más simpático, el
más más de lo más, esté dolido,
resentido y enfrentado a muerte con los terroristas que le enviaron
un caja de puros con la muerte en su interior y que, gracias a Dios, no se
salió con la suya (lo mismo le sucedía a su antecesor en la
emisora Luis del Olmo y al anterior presidente del gobierno José
María Aznar), mas no por ello debe estarlo con todo lo que no huela
a derecha dura y pura. Da la sensación que su único objetivo,
además de distraer al personal con sus chanzas y chascarrillos,
es denostar, cueste lo que cueste, todo lo que dé tufo a nacionalismo,
izquierda o se le parezca. Una cosa son los terroristas y otra muy distinta,
por mucho que ellos digan lo contrario, los nacionalistas, los socialistas,
los independentistas o los que quieran defender sus ideas por medio de
métodos pacíficos y democráticos. Todos los santos
días, y a todas horas, no se puede estar acudiendo a los temas recurrentes
que tiene el gracioso y ocurrente periodista andaluz como muletillas para
atacar a todo el que no comulgue con los planteamientos de la derecha española
e internacional, llámense, aquellos, terrorismo, nacionalismo, castrismo,
moros, (me asombra el desparpajo con que habla de los “moritos” el tal Herrera),
el anticlericalismo del gobierno, el amigo americano, la isla de Perejil,
la directora de Instituciones Penitenciarias y otras muchas lindezas que
son la sal y la pimienta de sus comentarios matutinos. Para ello cuenta con
el apoyo de gente venida de la COPE, es decir de reconocidas independencia
y objetividad (Carmen Castro y Matías Antolín, entre otros)
que realizan el minucioso trabajo de espulgar las frases de la prensa o de
los oyentes que más favorecen a la causa. ¡Que le vaya bien
don Carlos, Carlitos, o Carlos a secas!
Muchas cosas se quedan en el teclado, pero ya habrá otra ocasión
para decir algo, por ejemplo, sobre las relaciones iglesia-estado desde
el punto de vista de un católico que no comulga con ruedas de molinos,
ni de unos, ni de otros, sobre el inglés de Mr. Ansar, las
ocurrencias del presidente, o el machote de Buttiglione.
Teodoro R. Martín de Molina.
Octubre, 2004.
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