NAVIDAD, ¿PUNTO Y SEGUIDO?
Los tópicos típicos, los típicos tópicos.
Todo se mantiene, nada se transforma. Esto no es la fórmula de Einstein
en la que, creo recordar, la materia, como la energía, ni se creaba
ni se destruía simplemente se transformaban, o algo así. No
lo sé. La navidad se ha convertido en uno de esos típicos tópicos
que parece que cambian, se transforman pero que siguen igual toda la vida
de Dios (al menos desde que Dios nos dejó de su mano y nos puso en
las del comercio). Lo que ocurre es que cada uno la va acomodando a su poder
adquisitivo y hacemos lo mismo de hace cincuenta años sólo
que multiplicado por el porcentaje adecuado a la suma de los índices
anuales que los distintos ministerios de economía, hacienda, o lo
que sean, nos hayan ido diciendo que subió el nivel de vida de aquellos
y estos entonces, más las desviaciones típicas que siempre
hacen que el desfase sea mayor y la perdida de poder adquisitivo abismal,
pero no obstante, y a pesar de todo, nos vamos acomodando a los tiempos.
Y esto ocurre con las personas individuales, con las instituciones, los organismos,
las empresas y todo bicho viviente. Y todas las navidades, sin dejarse una
atrás, ocurren las mismas cosas, o parecidas. Nos felicita un tal
Isidoro Álvarez al que no tenemos el gusto de conocer; pero además
éste mismo señor nos felicita en nuestro santo y cumpleaños,
y también a la mujer y a los hijos en edad de merecer, de merecer
una tarjeta de su establecimiento. También por la navidad recibimos
en la casa felicitaciones de los peluqueros, del que reparte el butano, del
que nos trae el pan, del portero del inmueble, de... En el trabajo del jefe
y del jefe del jefe y de todos nosotros, a veces, incluso, del jefe del jefe
del jefe, que a su vez lo es de todos nosotros. Y todos mandamos felicitaciones
en las que nos deseamos lo que nos deberíamos desear a lo largo de
todos y cada uno de los días de nuestra vida, pero lo reservamos para
estos momentos tan fashion, en los que lo que se lleva es eso de felicitarse,
se sienta más o menos, se desee en mayor o menor grado, pero ¿cómo
no vamos a ponerle unas letras a...? pues, ¡claro que sí! Hoy
abreviamos mucho con esto del internet y de los e-mails, de una tacada cumplimos
con unos pocos a la vez. Ahora tampoco visitamos a nuestros familiares o
amigos, les echamos el móvil o le ponemos un mensaje, ya no vamos
a la misa del gallo, la hemos cambiado por los programas de cualquiera de
las cadenas (perpetuas) de televisión, se cantan menos villancicos
y se escuchan más cedés pirateados o bajados con el e-mule,
todo parece distinto pero todo sigue siendo lo mismo, nos adaptamos a lo
que tenemos y de acuerdo con ello así actuamos. Y todas las navidades
acudimos a la tienda de la tía Lucía de aquellos años
donde nos compraban los juguetes para los reyes. Pero ahora acudimos en
dos ocasiones: una para seguir la costumbre de los bárbaros de hacer
regalos por navidad y otra para no perder nuestra tradición. Hoy no
es la inolvidable tienda de la tía Lucía o la de Pedro y Rita
(esas tiendas que tenían nombres de personas de carne y huesos donde
te apuntaban lo que debías en un papel de estraza o en una libretilla
de dos rayas), hoy son las tiendas del tal Isidoro o del Carreful
o el Toysará (que serán inolvidables para los de ahora
dentro de cuarenta o cincuenta años), en las que compramos nosotros
y abonamos el importe con dinero de plástico, y mañana serán
las de sabe Dios qué nombres en las que nuestros hijos y nietos repetirán
los esquemas consumistas que unos a otros nos vamos transmitiendo de un modo
inconsciente pero consciente a un mismo tiempo, porque si no ¿qué
hago yo escribiendo estas paparruchadas o esparpuchos? De todos los
modos estamos en navidad, y lo mejor de todo es poder
decir eso de estamos, como lo dijimos el año pasado
y esperemos decirlo en el que viene, pero no estaría mal que meditáramos
un poco y fuésemos capaces de darnos cuenta de que si la materia,
como la energía, ni se crea ni se destruye,
solamente se transforma, igual debe pasar con la navidad, debemos entre
todos procurar transformarla porque si no, es evidente que la terminaremos
destruyendo, quizás ya nos encontremos en
ese proceso, y habremos hecho añicos el axioma de Einstein, y algo,
para algunos, quizás más importante,
como es el sentido unívoco de la Navidad con mayúscula.
Teodoro R. Martín de Molina. Navidad-2005
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